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Crisis civilizatoria y extractivismo: el páramo como territorio en disputa en Colombia​

 

Andrés Felipe Jiménez Gómez*

Año 2, número 6, enero-abril 2016

Este artículo reflexiona sobre algunos temas que se han configurado como nodales para muchas de las comunidades epistémicas (García, 2008) o locales en varios lugares de Latinoamérica. Busca pensar cómo al interior de la crisis civilizatoria del presente es fundamental asumir perspectivas críticas en la lectura de las disputas territoriales y el extractivismo en medio de conflictos socioambientales.

 

En este escrito primero reflexionaremos sobre la crisis de la civilización industrial capitalista; segundo pensaremos en el despliegue del extractivismo y su relación profunda con la acumulación por desposesión; tercero pensaremos los territorios como campos de disputa; y finalmente, introduciremos los páramos como territorio en tensión afectado por el extractivismo.

 

1. Crisis civilizatoria y ethos barroco

 

Nos encontramos ante una era planetaria hace muchos años (Morin, 2000). La configuración de esta era planetaria se ha estructurado a partir de la constitución de una comunidad de destinos en la tierra que está ligada a la corresponsabilidad a las amenazas globales. Esta comun-unidad podemos entenderla como si la tierra fuera un gran barco en el que todas y todos navegáramos en el espacio; lo que suceda con la embarcación nos afectará a todas y todos, de manera diferencial por nuestras posiciones en el barco, pero todos compartimos su destino. Como ha señalado Morín,

 

llamamos “tiempos modernos” a una era que se debería llamar “planetaria” porque además nos haría tomar consciencia de lo que ha pasado desde finales del siglo XV, es decir, después del viaje de Cristóbal Colon, la Circum navigatio de Vasco de Gama y, algunos años más tarde, después de la idea copernicana de que la tierra no es más que un planeta que no está situada en el centro del mundo. Esta era planetaria se desarrolló con la colonización, la esclavitud, la dominación del mundo por parte de occidente, de la peor forma. (2000: 106)

 

Este proceso de entretejido profundo que algunos llaman mundialización no es más que la etapa tecno-económica de un fenómeno que comenzó antes y que está estructurado a partir de dos fenómenos paralelos: la dominación capitalista y el colonialismo, y una mundialización desde abajo (Morín 2000: 107). Ambos procesos, de manera diferencial y combinada, han configurado nuestra forma de habitar el mundo contemporáneo, en diversos lugares del planeta. No obstante, por el impulso del primer fenómeno, nos encontramos en una crisis multidimensional, que podríamos llamar sin exagerar civilizatoria. Veamos.

 

El proceso de reproducción social al interior de la sociedad capitalista actual se encuentra en crisis; es decir, el capitalismo como proceso civilizatorio (de individuación, clasificación y diferenciación) ha generado una degradación y destrucción socionatural que se vive como una profunda crisis multidimensional, que “reúne en una sola trinidad a la crisis ecológica, a la crisis social y a la crisis individual, y dentro de cada una de estas a toda una gama de (sub)dimensiones” (Toledo 2012: 2) que se despliegan en conflictos ambientales, sociales, políticos, económicos y culturales.

 

La crisis del proyecto de modernidad que se impuso en este proceso de modernización de la civilización humana en su versión puritana y noreuropea se encuentra en dificultades. Como señala Bolívar Echeverría

 

en primer lugar, la civilización de la modernidad capitalista no puede desarrollarse sin volverse en contra del fundamento que la puso en pie y la sostiene – es decir la del trabajo humano que busca la abundancia de bienes mediante el tratamiento técnico de la naturaleza- y porque en segundo lugar, empeñada en eludir tal destino, exacerba justamente esa reversión que le hace perder su razón de ser. Época de genocidios y ecocidios inauditos. (1994: 70)

 

Ahora bien esta crisis civilizatoria entendida como un colapso[1] va mucho más allá de unas cuantas tensiones recurrentes del patrón de acumulación. Es decir, debemos “ir más allá” del reduccionismo económico de la crisis para entender su multidimensionalidad y poder aprovechar estos momentos de inestabilidad para su agudización y la posible emergencia de otras formas históricas no capitalistas. Como señala Bartra

 

la irracionalidad básica del sistema no está en los problemas de acumulación que enfrenta; sus contradicciones económicas internas no son las más lacerantes, no son las más afiladas. Y si algún día el capitalismo da paso a un orden más amable, más soleado, no será por obra de sus periódicas crisis de sobreproducción, aunque éstas ayuden a hartarnos de este sistema, sino como resultado del hartazgo de sus víctimas, hartazgo que sin duda alimentan los estragos que ocasiona la recesión, pero también otros agravios sociales, ambientales, morales y espirituales, igualmente graves. (2013: 13)

 

Como ha destacado Armando Bartra la “gran crisis” se da más por escasez que por sobreproducción.

 

O como señala Ornelas, la recuperación del carácter multidimensional de la crisis también nos abre la puerta para pensar procesos de “superación” del capitalismo (2013: 17). De ahí la necesidad de desplegar unas “heurísticas de las luchas” para diversificar los frentes y las formas de posicionar nuestros modos de producción de las relaciones sociales, donde podamos transformar la correlación de fuerzas en cada uno de los espacios donde se reproducen nuestras vidas.

 

De ahí la importancia de recuperar el ethos barroco planteado por Bolívar Echeverría. Como bien señala el autor “nuestro interés en indagar la consistencia y vigencia histórica de un ethos barroco se presenta así a partir de una preocupación por la crisis civilizatoria contemporánea y obedece al deseo, aleccionado ya por la experiencia, de pensar una modernidad postcapitalista como una utopía alcanzable” (1994: 70).

 

Así el ethos barroco como una manera “no sumisa” de interiorización del capitalismo en la vida cotidiana implica mantenerlo como algo ajeno e inaceptable. Como sugiere Echeverría:

 

Se trata de una afirmación de la “forma natural” del mundo de la vida que parte paradójicamente, de la experiencia de esa forma como ya vencida y enterrada por la acción devastadora del capital. Que pretende restablecer las cualidades concretas reinventándolas, informal o furtivamente, como cualidades de “segundo grado”. (1994: 73)

 

Así, al interior de las dinámicas contradictorias del capitalismo constitutivas de la realidad social, el desafío se centra en cómo los pueblos, comunidades e individualidades en lucha, optamos por la desestructuración de la reproducción de la riqueza, en tanto proceso de “valorización del valor abstracto” (Bolívar 1994: 72), y configuramos procesos por la recuperación de la riqueza colectiva concreta donde los valores de uso nos permitan la reproducción de relaciones de producción socio-espacial donde la autonomía, solidaridad, libertad y el disfrute invadan nuestras vidas cotidianas.

 

2. Extractivismo

 

El extractivismo puede ser pensando como una técnica de producción de una espacialidad capitalista que reintegra y redefine los objetos y significados de las acciones a su interior (Santos 2000), apropiándoselas y funcionalizándolas a su lógica insaciable de acumulación.

 

Por el momento, hemos logrado abstraer 7 rasgos fundamentales que caracterizan al  extractivismo como técnica de intervención socionatural: 1. Alta dependencia de “recursos” naturales (léase materias primas); 2. Realización de una extracción en grandes volúmenes; 3. Bajo nivel de procesamiento donde son extraídos los recursos y están orientados esencialmente a ser exportados (bajo encadenamiento productivo e industrial); 4. Financiarización de la naturaleza (conversión en commodities-mercancías de comunes como el agua, biodiversidad, bosques, etc., que se pretenden respondan a la ley de la oferta y la demanda del mercado); 5. Proyectos rentables al externalizar en las poblaciones locales los costos socioambientales que generan; 6. Ayuda y funcionalización del estado a los objetivos de los proyectos de desarrollo extractivo; y 7. Violencia y violación de los derechos humanos como elemento constitutivo del modelo extractivo, también llamado extrahección, entendido como el caso más agudo de apropiación de recursos naturales, donde éstos son extraídos por medio de violencia y se incumplen los derechos humanos y de la Naturaleza. Este último elemento no es  una consecuencia de un tipo de extracción, es una condición necesaria para poder llevar a cabo la apropiación de recursos naturales (Gudynas, 2013). Están ligados a este modelo los monocultivos agroindustriales, la minería a gran escala, las compañías petroleras y las hidroeléctricas.

 

Queremos plantear la discusión del extractivismo desde dos lugares de reflexión. Una ligada a su papel en el capitalismo y la discusión de la acumulación por despojo y otra orientada a pensar el extractivismo como una técnica de producción espacial.

 

2.1 Acumulación originaria y extractivismo

 

El extractivismo está relacionado con un concepto que ha sido trabajado desde Marx llamado la acumulación originaria. Hoy conceptualizada como Acumulación por Despojo, por el geógrafo David Harvey, nos permite comprender la profundización de una dinámica de destierro al tiempo que genera nuevas formas de dependencia y dominación. Como señala Svampa

 

el extractivismo no contempla solamente actividades típicamente consideradas como tal (minería y petróleo), sino también otras, como los agro negocios o la producción de combustibles, que abonan una lógica extractivista a través de la consolidación de un modelo tendencialmente monoproductor que destruye la biodiversidad, provoca el acaparamiento de tierras y la reconfiguración negativa de vastos territorios. (2012: 20)

 

La acumulación originaria, según Marx, es el inicio del proceso de reproducción de la plusvalía y sería el proceso histórico violento de disociación entre el productor y los medios de producción. Este proceso de disociación está íntimamente relacionado con la expropiación que priva de la tierra al productor rural y sienta las bases para la consolidación de la era capitalista en el siglo XVI (Marx, 1995: 608-610).

 

Marx señala cómo esta nueva relación sociedad-naturaleza se evidenció en la usurpación, privatización y mercantilización de las tierras comunales dedicadas para la agricultura campesina y su adscripción a la dinámica capitalista. El pastoreo de ovejas o la implantación de zonas de caza para la satisfacción de gustos aristocráticos en Inglaterra durante el siglo XV al siglo XVIII fueron un proceso de apropiación y mercantilización de los comunes que permitían la existencia de múltiples comunidades rurales. Es importante pensar cómo la transformación de las relaciones sociales de producción también implicó el cambio de las relaciones socio-técnicas de producción espacial.

 

Esta transformación de la utilización del suelo (de la agricultura al pastoreo de ovejas) está interconectada con el desarrollo de la industria manufacturera textil en Inglaterra. Este proceso se vio acompañado de la generación de un proletariado libre y sin posibilidades de sobrevivir sin vender su trabajo en las ciudades, lo que aumentó el ejército de reserva y mantenimiento de los salarios de hambre en el campo y la ciudad. Marx nos ayuda a pensar cómo las ciudades, sus fábricas y calles, no sólo devoraban bosques, parcelas y territorios comunales[2] sino también hombres y mujeres constantemente.

 

Es interesante la invitación de Marx a realizar una lectura de la dimensión sociojurídica del cercamiento de los comunes. Así los conflictos territoriales vividos por los grupos humanos en el proceso de apropiación de elementos comunes vitales para la reproducción de la vida comunitaria por el régimen capitalista de producción, estructuran ordenamientos y disputas legales de diversa índole; configurándose lo legal también como un campo de batalla con altos niveles de asimetrías y desigualdades entre los actores que intervienen. Marx nos recuerda, cómo se dio por siglo y medio un movimiento legal “desde arriba” que intentó prohibir la expropiación de pequeños arrendatarios y campesinos sin grandes resultados, más allá de dilatar el proceso de usurpación.

 

Esta depredación de los bienes comunales se realizó a partir de las “leyes sobre el cercado de terrenos comunales” (inclosure commons). En el establecimiento de este cercamiento de los comunes, los defensores acérrimos del derecho a la propiedad se hacen los de la vista gorda ante la violación de este sacrosanto principio del capitalismo (Marx, 1995: 612-615). Esta violencia constitutiva de las relaciones de producción capitalistas, ilumina la comprensión de la riqueza material y la pobreza de determinados grupos sociales: la pobreza no como fatalidad histórica sino como proceso de empobrecimiento políticamente dirigido y económicamente conveniente para los grupos capitalistas. Las formas de la propiedad en el capitalismo se constituyen a partir de la usurpación y privatización a sangre y fuego de la riqueza social concreta.

 

Ahora bien, resulta importante pensar qué papel juega esta acumulación primitiva en el régimen de producción capitalista. Como ha señalado Marx, de manera esquemática, el capitalismo tiene una tendencia constante a la sobreproducción que genera una crisis debido a la caída de la tasa de ganancia. La reactivación de este proceso de acumulación, como planteó Rosa Luxemburgo, se da en dos ámbitos paralelos: el de la reproducción ampliada a partir de la contradicción capital/trabajo y el del despojo en las formas sociales no capitalistas. Uno de los aportes más interesantes de la luchadora polaca, está en el énfasis que pone en la forma de acumulación a través del robo, del saqueo (Bartra 2014).

 

Para Luxemburgo este no es solo un momento primigenio, pre capitalista, sino que este se desarrolla de manera constante y se mantiene a lo largo de la historia de este modo de producción (Harvey, 2005). Como señala Bartra: “la expansión del sistema del gran dinero sobre sus orillas, sobre sus arrabales, es condición de posibilidad de la realización de la plusvalía y por lo tanto de la acumulación de capital” (2014: 188). Lo que nos sugiere Rosa Luxemburgo, según Bartra, es que la acumulación originaria no sólo funciona en un primer momento, donde luego todo el proceso de acumulación se da a partir de la (auto) constitución del capitalismo a través de la reproducción ampliada de la acumulación.

 

Harvey nos ayuda a plantear esta cuestión. Sugiere que este despojo implica un “ajuste” espacio-temporal donde

 

la producción del espacio, la organización de nuevas divisiones territoriales de trabajo, la apertura de nuevos y más baratos complejos de recursos, de nuevos espacios dinámicos de acumulación de capital y de penetración de relaciones sociales y arreglos institucionales capitalistas (reglas contractuales y esquemas de propiedad privada) en formaciones sociales preexistentes brindan diversos modos de absorber los excedentes de capital y trabajo existentes”. (Harvey, 2005: 102)

 

Es decir, las contradicciones propias de los nuevos espacios de acumulación de capital terminan por generar excedentes que deben ser absorbidos a través de la expansión geográfica, debido a la incapacidad de acumular a través de la reproducción ampliada sobre bases sustentables o a la imposibilidad de implantar cambios en las reglas del juego en los lugares donde surgen las tensiones (Harvey, 2005: 105).

 

Ahora bien, cabe preguntarnos si en la actualidad, con el nuevo proceso de cercamiento de los comunes, ¿basta un ajuste espacio temporal para reactivar la maquinaria de producción de capital? Tal vez la respuesta no podemos encontrarla en un nuevo ajuste, sino en la ampliación de los procesos de mercantilización de la vida y de su futuro sobre la tierra. Es decir, podríamos pensar que esta nueva oleada de cercamientos de lo común, no sólo está diseñada para convertir a la tierra en capital (como ocurrió del siglo XV al XVIII en Inglaterra y hoy sigue sucediendo en diversas latitudes), si no a la vida, y sus sustentos materiales y simbólicos como elementos para la reproducción de la renta capitalista.

 

De esta perspectiva podríamos pensar que esta financiarización de la naturaleza, como profundización de la Gran Transformación que nos habla Karl Polanyi (1997), no sucede solamente en las periferias coloniales del sistema de producción capitalistas, si no que se instaura en múltiples espacios donde se hace rentable la apropiación, privatización, mercantilización y comercialización de las bases materiales de lo que conocemos como vida. Resulta pues fundamental que tengamos en cuenta esta forma de acumulación violenta como elemento primordial de los procesos de estructuración societal capitalista contemporánea. Como señala Harvey, “el balance entre acumulación por desposesión y reproducción ampliada ya se ha volcado a favor de la primera y es difícil imaginar que esta tendencia haga otra cosa que profundizarse, transformándose en el emblema de lo que es el nuevo imperialismo” (2005: 124).

 

Resulta útil, antes de finalizar esta breve reflexión, retomar la definición de Marx de acumulación originaria: “proceso histórico de disociación entre el productor y los medios de producción” (1995: 608). Si bien Marx piensa este proceso como el pecado original del capital, podríamos decir que se trata, además, de un pecado consustancial de la dinámica capitalista, donde si bien es un primer paso para la reproducción ampliada a través de la plusvalía[3], sigue como elemento constitutivo de las relaciones de producción contemporáneas. Sería entonces el capitalismo una carrera desenfrenada por la disociación de las comunidades de sus medios y modos de vida, la destrucción de la autonomía de las poblaciones locales con el fin de posesionar la acumulación como el medio y el fin de todas las cosas.

 

3. Territorios en disputa

 

El desarrollo de proyectos extractivos se despliegan en territorios concretos habitados por múltiples actores que se ven afectados por estas formas de despojo. La territorialidad está configurada a partir de los diversos procesos, proyectos, representaciones y prácticas políticas, económicas, simbólicas y ambientales que tienen diversos actores en un espacio geográfico determinado por diferentes transcursos bioculturales e históricos. Los procesos de territorialización que en las prácticas son construidos por diferentes actores se entablan a partir de relaciones asimétricas (de poder, control, económicas, de información, etcétera), que se expresan en acuerdos, competencias, negociaciones o conflictos asentados en diversos proyectos territoriales.

 

De esta manera, el territorio se convierte en un elemento de conflicto. De ahí que podamos pensarlo como una red de interconexiones de varias dimensiones interdependientes (ambientales, económicas, culturales, políticas), que resulta de la interacción y retroalimentación (en doble vía) de los seres humanos y la naturaleza en procesos históricos de larga duración. Es un tejido que articula componentes físicos, procesos ecológicos y dinámicas socio históricas que delinean su configuración a partir de la superposición y entrecruzamiento de escalas y actores (locales, regionales, nacionales o globales) en ámbitos urbanos o rurales. Como ha señalado Sosa Velásquez

 

es el resultado de la representación, construcción y apropiación que del mismo realizan dichos grupos, así como de las relaciones que lo impactan en una simbiosis dialéctica en la cual tanto el territorio como el grupo humano se transforman en el recorrido histórico (…) Esto es así puesto que la intervención del ser humano modifica la relación sociedad-naturaleza (…) [por lo que] es necesario establecer su carácter en tanto relación geo-eco-antrópica multidimensional. (2012: 7)

 

Los procesos de construcción territorial surgen a través de la apropiación social del espacio y de las formas de relacionamiento que se entablan entre actores que convergen en interacciones (tanto coordinadas como conflictivas) a partir de proyectos comunes o antagónicos (Sosa Velásquez, 2012). El uso, control y apropiación colectiva de ciertos elementos comunes (medios de vida) posibilita la configuración de modos de vida para las comunidades locales, a partir de prácticas culturales, productivas, legales y ambientales que están ligadas a dinámicas regionales, nacionales e internacionales. De ahí que lo que una población reivindica al apropiarse de un territorio sea el acceso, disponibilidad, control, dominio y uso de estos medios de vida que constituyen sus modos de vida.

 

Los diversos proyectos territoriales que diferentes actores como el Estado, las empresas privadas o las comunidades locales, tienen sobre ecosistemas específicos (donde habitan estas últimas) confluyen, pelean o se subordinan a partir del relacionamiento en un campo de fuerzas en el que la política, el saber académico y la violencia simbólica y física condicionan la forma de territorialización resultantes. Como ha señalado Gilberto Giménez, el territorio, lejos de ser un espacio “virgen”, “indiferenciado” y “neutral” se trata de un espacio valorizado, sea instrumentalmente (v.g., bajo el aspecto ecológico, económico o geopolítico), sea culturalmente (bajo el ángulo simbólico expresivo) en el que se interviene (1996: 10-11).

 

También desde el acompañamiento a las luchas campesinas se han desarrollado reflexiones en torno al territorio y sus disputas. Para Fernandes (2008; 2011) los principales atributos del concepto de territorio son la totalidad, la soberanía, la multidimensionalidad y multiescalaridad. Al señalar la totalidad nos habla de que cada territorio es un sistema en sí mismo, con múltiples dimensiones relacionales  (culturales, sociales, ambientales, políticas, económicas, etc.) que lo diferencian, articulan o subordinan a otros territorios. Esta totalidad con varias dimensiones, se complejiza con la utilización de diversas escalas geográficas con diversas formas de ejercer el poder. Finalmente la soberanía está ligada a los procesos de autodeterminación territoriales.

 

Sobre estos atributos se configuran la pluralidad y la multiterritorialidad. Como ha señalado Fernandes,

 

tenemos territorios materiales e inmateriales: los materiales son los formados en el espacio físico y los inmateriales en el espacio social a partir de las relaciones por medio del pensamiento, conceptos, teorías e ideologías. Territorios materiales o inmateriales son inseparables, porque no existe uno sin el otro, están vinculados por la intencionalidad. La construcción de un territorio material es el resultado de una relación de poder que está sustentada por el territorio inmaterial como conocimiento teoría o ideología. (Fernandes  (2008: 7)

 

El territorio se presenta como procesos de producción de relaciones socionaturales que son producidas y productoras de espacios y territorios diversos a través de diversos sistemas técnicos. Esta rugosidad, tal y como señala Santos, está ligada con

 

la forma en que se combinan sistemas técnicos de diferentes edades va a tener una consecuencia sobre las formas de vida posibles en aquel área (…) Las rugosidades no pueden ser solamente interpretadas como herencias físico-territoriales, sino también como herencias socioterritoriales y sociodemográficas. (2000: 38)

 

Un elemento que es fundamental para comprender las disputas territoriales es la intencionalidad (objetivo, finalidad, etc.) que le imprime los sujetos colectivos a sus prácticas. Como señala Fernandes,

 

la intencionalidad comprendida como propiedad del pensamiento y de la ideología en que el sujeto delibera, planea, proyecta, dirige y propone la significación y por consiguiente la interpretación, se realiza a través de las relaciones sociales en los procesos de producción del espacio y la comprensión de ese proceso (…) La intencionalidad expresa, por tanto, un acto político, un acto de creación, de construcción. Este acto político expresa la libertad de creación, la significación y la interpretación. (2008: 4)

 

Esta intencionalidad en la construcción territorial, este elemento sociocreativo e intersubjetivo, es situado espaciotemporalmente y se implementa por diversos tipos de actores. De ahí que tengamos varios tipos de territorios en donde la disputa y la tensión es muchas veces invisibilizada por las lecturas territoriales que solo pretenden atender los intereses institucionales y sus “inestimable” propiedad (Fernandes, 2008: 5).

 

3.1 Disputas territoriales

 

Estas multiterritorialidades se despliegan a través de relaciones de poder entre diversos grupos subalternos y hegemónicos que se evidencian en proyectos territoriales y procesos de territorialización que se establecen a partir de la negociación, los conflictos, la subordinación, la articulación, la dominación, etc. Fernandes ha señalado que

 

las disputas territoriales son, por tanto, de significación, de las relaciones sociales y del control de los diferentes tipos de territorios por las clases sociales. El territorio, comprendido sólo como un espacio de gobernanza, es utilizado como una forma de ocultar los diversos territorios y garantizar el mantenimiento de la subordinación entre relaciones y territorios dominantes y dominados. El territorio comprendido por las diferencias puede ser utilizado para la comprensión de las diversidades y la conflictualidad de las disputas territoriales. (2011: 4)

 

Estas territorialidades de la dominación y de la resistencia, territorios capitalistas y no capitalistas, se producen en un antagonismo que estructura a partir de las relaciones sociales de producción (espacial), que de manera desigual y combinada, permiten que al interior de la hegemonía capitalista se reproduzcan la construcción de grietas territoriales donde la maximización de la ganancia no es el modus operandi. Así las territorialidades campesinas, los afros, las indígenas y las urbano-populares, configuran territorios de lo común, de lo común-unitario, que se encuentran en una disputa permanente con la edificación del capital.

 

Estos conflictos, tanto en territorios materiales e inmateriales, biofísicos o simbólicos, se configuran como resultado de “trayectorias divergentes y diferentes estrategias de reproducción socioterritorial” (Fernandes, 2011: 7).

 

Conflictividad que evidencia formas de relación y de reproducción de lo social, en modelos de desarrollo que traducen racionalidades antagónicas. Modelos políticos y proyectos de desarrollo que después del (aparente) agotamiento de su discurso racionalista y progresista que acompañó a la crisis de la modernidad[4] en décadas pasadas, ha vuelto a alzar vuelo (ahora sustentable, local, participativo). Este desarrollo, al igual que sus predecesores, se basa en que un grupo específico y su “punto de vista” particular se impone y se presenta como punto de vista universal, convirtiéndose en propietario de la producción legítima de sentidos, símbolos y territorios mediante la imposición de una concepción del bienestar único y legítimo para “todos” y bajo una sola forma de ponerlo en práctica (Gutiérrez, 2008).

 

3.2 Zonas de Contacto 

 

Ahora bien,  debemos pensar también las disputas territoriales donde se enclava el extractivismo como zonas de contacto, implica reflexionar en torno a los procesos de interacción y coproducción entre los sujetos colectivos en los procesos de dominación y antagonismo. Mary Louise Pratt usa la expresión zona de contacto para pensar los encuentros y fronteras coloniales, donde personas separadas geográfica e históricamente, entran en contacto entre si y

 

entablan relaciones duraderas, que por lo general implican condiciones de coerción, radical inequidad e intolerable conflicto (…) una perspectiva “de contacto” destaca que los individuos que están en esa situación se constituyen en y a través de la relación mutua. Además, trata de las relaciones entre colonizadores y colonizados, o de viajeros y “viajados”, no en términos de separación sino en términos de presencia simultánea, de interacción, de conceptos y practicas entrelazadas, algo que a menudo se da dentro de relaciones de poder radicalmente asimétricas. (Pratt, 2010: 33-34)

4. Conflictos socioambientales y páramos

 

Actualmente vivimos una reconfiguración de las concepciones de la naturaleza ligadas a la profundización de los patrones de acumulación capitalista. La reactivación de la obsesión por el desarrollo, ahora sostenible, en los países latinoamericanos pasa por la implementación de un extractivismo que resignifica la naturaleza como elemento fragmentado que debe ser integrado al mercado de las “commodities” y puede ser gestionado tecnológicamente.

 

El aumento de la inversión extranjera directa y la “necesidad” de modernización de los países de la región re-aparecen como objetivos a los que se supeditan los planes de desarrollo de los estados latinoamericanos. Como sustentos normativos de estos procesos, se desarrollan marcos legales y fiscales nacionales y supranacionales que protegen e incentivan los derechos del “capital” sobre la desestructuración o el incumplimiento de los derechos humanos, sociales, económicos, culturales y ambientales de las poblaciones afectadas directa o indirectamente por los proyectos de desarrollo extractivos.

 

El aumento progresivo de los conflictos socioambiéntales entorno a los comunes[5] en las poblaciones locales debido al desarrollo de proyectos extractivos, es una realidad[6]. El auge de estos está ligado a la financiarización de la naturaleza: la valoración de los ecosistemas, su funcionamiento y componentes, como servicios ambientales comercializables en bolsas de valores[7]. El ingreso del agua, la biodiversidad, los minerales, las semillas, los territorios y los bosques, entre otros, como activos financieros o “commodities” regidos por el mercado bajo la ley de la oferta y la demanda, crea fuertes tensiones para las poblaciones que, de manera ancestral o tradicional, han convivido y gestionado estos comunes para su supervivencia.

 

Los páramos  son un concepto de difícil definición (Rangel-Ch 2000: 2). Al hablar de páramos podemos hacer referencia a un “ecosistema, un bioma, un paisaje, un área geográfica, una zona de vida, un espacio de producción, un símbolo o inclusive un estado del clima” (Avellaneda, Torres y León-Sicard 2014: 105). Esta definición también es compleja debido a que existen múltiples intereses, proyectos y actores que interactúan en los ecosistemas paramunos. Como señalan Cárdenas y Cleff:

 

“El concepto de páramo incorpora múltiples elementos, factores, límites, zonificaciones, herencias, perturbaciones, migraciones, biomas, fisionomías, estructuras, funcionamiento, evolución y configuraciones. Se integran como sistemas complejos, cuyo conocimiento debe comprender no sólo los patrones estructurales y fisonómicos, sino las variadas circunstancias espacio-temporales” (1996).

 

Los páramos, además de ser hogar de especies únicas en el mundo, almacenar grandes cantidades de carbono y tener una gran riqueza en su suelo y su subsuelo, son grandes reguladores hídricos. Ellos pueden almacenar inmensas cantidades de agua limpia y pura  provenientes de la lluvia, el deshielo o la neblina. De hecho, proveen cerca del 70% del agua a los colombianos y gracias a sus ciclos naturales nacen los ríos Cauca, Magdalena, Patía, Chicamocha, Cesar, Ranchería, entre otros (CENSAT, 2014).

 

En los últimos años, los ecosistemas de páramo han empezado a ser altamente estudiados (principalmente por el Instituto Alexander von Humboldt), sobre todo, por los “servicios ambientales” que prestan. La preocupación central de la literatura académica ha estado enfocada en su reconocimiento (Vásquez y Buitrago, 2011), delimitación (Cortés-Duque y Sarmiento Pinzón, 2013), protección (Cabrera y Ramírez, 2014, Corantioquia, 2012) y manejo (León, 2012; Tapia, s/f).

 

Como ha señalado Molano (2012) los páramos tienen su origen con el proceso de surgimiento de la Cordillera de los Andes desde los fondos oceánicos y con la consolidación de sus relieves en los últimos 5 millones de años; los páramos no constituyen un fragmento del territorio andino, sino un complejo estructurante del mundo ecuatorial andino. Ubicados en Colombia generalmente por encima de los 3000 metros de altitud, este ecosistema posee unas condiciones físico-bióticas que lo convierten en fuente permanente del recurso más importante para la supervivencia de los seres vivos: el agua (Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt, 2007: 16).

 

Las modalidades de manejo, apropiación y uso de estos elementos comunes (agua, pero también paisaje, minerales, suelo, territorio, aire, clima, etc.) que habitan el páramo, están relacionadas con la intencionalidad de nuestros proyectos territoriales, con nuestros territorios inmateriales (Fernandes 2011). Es decir, con la visión que tengamos de lo que es común y cómo lo podemos regular. De manera esquemática podríamos decir que existen tres ordenamientos que se superponen en Colombia: la normatividad internacional, las leyes y jurisprudencia nacional y el “derecho desde abajo” desplegado desde las comunidades (Palacios 2004: 11).

 

Para un buen número de personas y empresas privadas nacionales e internacionales estamos ante bienes económicos de los cuales podemos sacar beneficios. Para el estado colombiano, estamos ante ecosistemas de especial protección, que son de titularidad pública y que su gestión y concesión está precedida por su definición del interés general. Por su parte, comunidades ancestrales ven los páramos y sus elementos como territorios sagrados, y poblaciones locales los viven como espacios donde recrean su vida y su sustento. Un buen número de estos actores comunitarios han tenido relaciones sustentables y armónicas con estos hábitats, aunque también algunos han desarrollado practicas agresivas (p.e. cultivo de la papa, ganadería, extracción maderera, minería, etc.).

 

5. Conclusiones provisionales

 

Debemos asumir la crisis civilizatoria que se despliega por diferentes ámbitos de la realidad capitalista desde un ethos barroco que permita desplegar la heurística de las luchas en la reapropiación de la riqueza concreta y la reproducción de la vida comunitaria que tiende por procesos de automatización. Los páramos como “territorios en disputa” o “zonas de contacto”, donde se encuentran diversas intencionalidades, actores, estrategias, nos invitan a pensar la multiterritorialidad y su diversidad. De esta pluralidad con intereses diversos surgen territorialidades de la dominación y de las resistencias que se encuentran en disputa en varias dimensiones, simbólicas y materiales.

 

En el marco de estas disputas territoriales pensamos importante contextualizar el extractivismo como técnica violenta de producción socioespacial que se despliega de manera convulsa por la Abya Yala. Finalmente, señalamos cómo los procesos de delimitación, formalización y fragmentación de los páramos, están ligados con procesos extractivos que amenazan las formas de producción y reproducción de los medios y modos de vida de las comunidades que habitan estos territorios.

 

Estas lecturas, nos invitan a comprender y cuestionar la inevitabilidad de las relaciones de producción del capitalismo y nos invitan a una “expansión del presente y una contracción de futuro” (Santos, 2009), donde podamos aprovechar y fortalecer los procesos de bifurcación del presente. Esto nos da una pista para entablar las luchas anticapitalistas, ubicando en el centro de nuestras estrategias los procesos autonómicos y la necesidad de desplegar geopolíticas de las autonomías, como freno a los procesos contemporáneos de acumulación originaria.

 

*Antropólogo, Universidad de Antioquia (Medellín, Colombia). Estudiante de la Maestría en Gestión Sustentable del Agua, Colegio de San Luis, A. C. (SLP, México). Correo: andresjimenezg@hotmail.com

 

Bibliografía

 

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Notas

 

[1] Como ha señalado Zibechi aprendiendo de los zapatistas: “El colapso es una catástrofe a gran escala que implica el quiebre de instituciones, en forma de ruptura o de declinación definitiva (…) Si en verdad estamos ante la perspectiva de un colapso, sería la suma de guerras, crisis económicas, ambientales, sanitarias y naturales”. Ver http://www.jornada.unam.mx/2015/05/15/opinion/019a2pol consultado 13/11/2015.

 

[2] “Los bienes comunales – completamente distintos de los bienes de dominio público, a que acabamos de referirnos- eran una institución de origen germánico, que se mantenía en vigor bajo el manto del feudalismo. Hemos visto que la usurpación violenta de estos bienes, acompañada casi siempre por la transformación  de las tierras de labor en terrenos de pastos, comienza a finales del siglo XVI. Sin embargo, en aquellos tiempos este proceso revestía la forma de una serie de actos individuales de violencia” (Marx  1995: 616).

 

[3] Bartra plantea una crítica al concepto de acumulación por desposesión, que si bien consideramos interesante no tenemos el espacio para profundizar en este camino: “Cuando Marx llama “acumulación originaria” o “primitiva” a la violenta expropiación de bienes comunes que precede a la instauración del sistema, lo hace en un sentido teleológico y desde la perspectiva de la ulterior acumulación propiamente dicha: la que se sustenta en la propiedad privada capitalista de los medios de producción y en el trabajo asalariado. Acumulación en sentido estricto de la que el saqueo originario es paso previo, es premisa histórica. Y sólo en tanto que premisa de la forma superior de valorización es que un despojo que en sí mismo no es más que eso, despojo, puede ser calificado teleológicamente de acumulación” (Bartra, 2014: 195).

 

[4] “La crisis de la Modernidad tiene que ver con la perdida de legitimidad del discurso desarrollista cimentado en el individualismo (el individuo calculador y racional), en la técnica como panacea de la organización material de los grupos humanos; se trata de una creencia que pierde cada vez más creyentes y que tiene que dar forzosamente lugar al politeísmo de valores (Weber)” (Gutiérrez, 2008: 126).

 

[5] Podemos definir los “comunes” como sistemas naturales o sociales, palpables o intangibles, distintos entre sí, pero comunes a los seres humanos heredados colectivamente. Son nuestra herencia colectiva, aquella que pertenece a todas y todos los habitantes de un lugar o del planeta en el presente y en el futuro (Ostrom, 2000). Ejemplos de ellos son el agua, el suelo, los ríos, el aire, el cielo, el silencio, la biodiversidad, la memoria, la cultura o la información genética de plantas, animales y personas.

 

[6] Ver en el caso peruano “Perú: Conflictos socioambiéntales continúan en aumento, indica Defensoría del Pueblo” en: http://servindi.org/actualidad/61508 Consultado 2/07/2014. Para Colombia ver Soler, J. (2012) “Locomotora minero-energética: Mitos y conflictos socio ambientales” en: http://www.indepaz.org.co/wp-content/uploads/2013/04/ART_2012_JPSV_Politica-minero-energetica.pdf. Consultado 2/07/2014

 

[7] “La financiarización de la naturaleza viene por la mercantilización, la privatización y comercialización de nuestros recursos comunes. Estrictamente hablando, la mercantilización es la comercialización de algo que generalmente no es visto como un producto (…) La mercantilización convierte un valor inherente en un valor de mercado, lo que le permite ser comprado y vendido. La privatización transfiere el control y la gestión de estos recursos mercantilizados de propiedad pública a la propiedad privada. Los productos pueden tener un precio y un mercado puede  ser creado para ellos. En este punto, la financiarización actúa sobre la mercancía como un activo y aplica diversos instrumentos financieros, por ejemplo un contrato de futuros de agua u opciones de créditos de carbono” ver: “No apueste a Wall Street: la financiarización de la naturaleza y el riesgo para nuestros bienes comunes”. En: http://documents.foodandwaterwatch.org/doc/SpanishFinancializationof_Nature.pdf Consultado 23/08/2013

 

 

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