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Ucrania calienta la Guerra Fría *

 

Nydia Egremy **

 

Número 1, Año 1, enero-junio de 2014

 

Un avión que no llegó a su destino y la muerte de sus 298 pasajeros plantean la hipótesis de que el mundo vive la segunda Guerra Fría. La tensión geopolítica que protagonizan Rusia, Estados Unidos (EE. UU.) y la Unión Europea en Ucrania tiene elementos de guerra energética, separatismo étnico y expansión militar. El curso del conflicto confirmará si se agudizan las hostilidades entre Washington y Moscú o si es una crisis más del imperialismo. Esta confrontación, sin embargo, se da en el siglo XXI, cuando EE. UU. ya no es una potencia hegemónica, el mundo tiende a la multipolaridad y rechaza la lógica imperial.

 

El reinicio de la Guerra Fría entre Rusia, EE. UU. y la Unión Europea (UE) pudo comenzar el jueves 17 de julio, a las 12:14 horas. A esa hora despegaba del aeropuerto Shiphol de Ámsterdam, Holanda, el Boeing 777-200ER del vuelo comercial MH-17 de Malaysia Airlines (código KL4103), con 298 personas a bordo, hacia Kuala-Lumpur, capital de Malasia. Apenas dos horas después, a las 14:15 horas, los controladores aéreos perdieron contacto con la nave y más tarde se conoció que había sido abatida, supuestamente por un misil tierra-aire, cuando volaba a 10 mil metros de altura sobre la villa de Grábovo, entre Donetsk y Lugansk, al este de Ucrania.

 

Que el avión de Malaysia Airlines fuera abatido en la zona donde combaten grupos ucranianos de origen ruso y el ejército federal, revela la inestabilidad del tablero geopolítico en esa región europea. El hecho también confirma que Ucrania es pieza clave en el juego estratégico que libran Occidente y Rusia hace más de una década. Así se advirtió tras el golpe que los oligarcas ucranianos, con el apoyo de la UE y la Casa Blanca, dieron contra el presidente Víktor Yanukovich. Ante la amenaza a su bienestar que significa la alineación a Occidente, los ucranianos de origen ruso –que constituyen más del 60 por ciento de la población– proclamaron el Estado Federal de Nueva Rusia (Novorossyia, en ruso) en los territorios de Donetsk y Lugansk. Semanas después, en referéndum, los habitantes rusos de la península de Crimea decidieron reanexarse a Rusia en el referéndum del 16 de marzo.

 

Mientras combate a los separatistas (que se consideran autodefensas) con apoyo militar, económico y mediático de EE. UU. y la UE, el Gobierno de facto de Ucrania afirma que Moscú apoya a esos grupos. Rusia rechaza la alineación de Ucrania a Europa, pues considera que es la ampliación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) hasta sus fronteras. Hasta ahora, Rusia no ha recurrido a su poderío militar en el conflicto, sólo ha usado magistralmente su capacidad energética al exigir a Kiev que pague su deuda por el gas o cerrará la válvula del combustible. La tendencia a considerar que la actual contienda entre el Gobierno de Ucrania y las autodefensas pro rusas reedita la Guerra Fría, obliga a revisar la aplicación de ese concepto dentro el contexto actual. Esa denominación se atribuye al periodista de The New York Times Herbert Bayard Swoppe, quien buscó definir en 1947 el enfrentamiento de los dos bloques ideológico-político-económicos (capitalista y socialista) surgidos tras la Segunda Guerra Mundial, cuando los aliados, encabezados por Washington y Moscú, derrotaron al nacional-socialismo y al fascismo del eje Berlín-Roma-Tokio.

 

A partir de entonces los aliados se distanciaron y por casi medio siglo (1948-1991) se confrontaron en la llamada Guerra Fría, que marcó las relaciones internacionales: cada lado atemorizó al adversario política y económicamente, atrajo a los países satélites del otro y libró combates en las zonas de interés de su oponente. Cada parte argumentó que el adversario lo amenazaba con su arsenal y comenzó la carrera armamentista y aunque no hubo enfrentamientos directos, se libraron dramáticas ofensivas en Vietnam, la Crisis de los Misiles en Cuba y el conflicto de los Contras en Nicaragua, entre otros, en medio de intensas operaciones de espionaje. En América Latina, la Guerra Fría fue excepcionalmente cruenta. El conflicto bipolar permitió al Pentágono y la Agencia Central de Inteligencia (CIA) crear una cultura del terror que se caracterizó por la contrainsurgencia y el combate contra la “amenaza comunista” en la región. Para consumar con éxito esa estrategia, las dos dependencias estadounidenses tuvieron la anuencia de las clases dominantes y los partidos derechistas que defendían sus privilegios con violencia en sus respectivos países. Sólo en Guatemala la campaña contra el comunismo dejó más de 160 mil muertos y 45 mil desaparecidos entre 1960 y 1996, recuerda el sociólogo Carlos Figueroa Ibarra.

 

México fue escenario no combatiente de la Guerra Fría por su alianza con Washington. Desde aquí, los servicios de inteligencia mexicanos vigilaron a diplomáticos del bloque socialista y a los grupos de izquierda latinoamericanos para informar a EE. UU. de sus movimientos, recuerda el académico Lorenzo Meyer. Ese clima bipolar favoreció la elección de gobiernos anticomunistas y la consolidación del neoliberalismo contemporáneo en este país. Esa confrontación tuvo su fase álgida durante el Gobierno de Ronald Reagan (1981-1989), cuando declaró que la Unión Soviética era el “Imperio del Mal” y propuso crear el sistema de misiles tierra-aire denominado Iniciativa de Defensa Estratégica contra Moscú. Ese proyecto precedió al actual Escudo Antimisiles estadounidense que apunta contra Rusia desde sus bases en Polonia y la República Checa.

 

La Guerra Fría pareció desactivarse tras la caída del Muro de Berlín y la desintegración del bloque socialista. Aunque triunfaba el capitalismo real, las diferencias entre Washington y Moscú se expresaban en los Balcanes y el Cáucaso con la crisis de Chechenia y Nagorno-Karabaj. El clima se tensó cuando llegó al Kremlin el nacionalista Vladímir Putin con el objetivo de reposicionar globalmente a Rusia y acabar con las expectativas imperialistas de controlar el estratégico espacio euroasiático y sus enormes recursos. Para evitar la reunificación del bloque socialista, la UE y EE. UU. atrajeron a esos países con el imán del libre mercado y la integración a la OTAN. En esa estrategia buscaron la alianza con Ucrania, la joya de la corona, gran polo industrial y agrícola; con el segundo mayor ejército de Europa y 45 millones de habitantes, la ex república soviética posee grandes recursos minerales y es paso obligado del gas ruso hacia Austria, Alemania, Francia, Italia, Hungría, Polonia, Rumania, Grecia, Turquía y Macedonia.

 

La crisis económica global llevó a la UE y a EE. UU. a buscar afanosamente energía y mercados. Ucrania era el objetivo ideal porque enfrentaba la recesión, tenía una gran deuda y sobrevivía con la ayuda de Moscú. Se le ofreció el Acuerdo de Asociación Estratégica que dinamizaba la economía europea sin garantizar beneficios al pueblo ucraniano y abría las puertas a la OTAN para estacionarse frente a Rusia. Para evitar la alineación total de Ucrania con Occidente, Moscú ofreció a Yanukovich un préstamo para abonar su gran deuda externa, a cambio de retractarse del acuerdo con la UE. La oligarquía ucraniana, gran beneficiaria del acuerdo comercial, activó las protestas de la ultraderecha en Maidán, desalojó a Yanukovich e instauró un Gobierno ilegítimo. Tras el golpe de estado, la mayoría de rusos étnicos que habitan Donetsk y Lugansk decidieron separarse de Kiev y combatir mediante lucha armada al Gobierno de facto y a sus patrocinadores europeos. En ese contexto se libra la llamada Guerra del Gas, que tras el derribo del avión de Malaysian Airlines, sería la segunda Guerra Fría.

 

Incógnita

 

Lo ocurrido al avión está por descifrarse. Sin evidencias, Kiev acusa del ataque contra el Boeing 777-200ER a los separatistas que controlan la zona; ellos niegan que sus misiles tierra-aire tengan capacidad para alcanzar objetivos a 10 mil metros de altitud. Tras la catástrofe, el primer ministro de Donetsk, Alexander Borodái, entregó las llamadas cajas negras de la nave al representante del gobierno de Malasia, coronel Mohd Saqri, a quien confirmó que no habían sido manipuladas. A pesar de que la agencia estadounidense AP reveló que funcionarios de los servicios de inteligencia en Washington admiten que carecen de pruebas que involucren al Gobierno ruso en el derribo, Occidente persiste en insinuar que Moscú estuvo detrás del ataque, directa o indirectamente, y reforzó sus sanciones contra ese país. La cancillería rusa responde que le decepciona la incapacidad de la UE para desempeñar su propio rol en los asuntos internacionales y que el bloque acepte los dictados de Washington.

 

Las sanciones de los 28 miembros de la UE contra bancos públicos rusos y sectores específicos de su economía incumplen las normas de la Organización Mundial del Comercio (OMC), señala el Kremlin, que advierte que las sanciones afectarán también la economía europea por los vínculos estrechos que existen; por ejemplo, se afectará la compra de armamento del Reino Unido, Alemania y Francia, con un intercambio superior a mil millones de euros que podría suspenderse, señala Eduardo Febbro. Al mismo tiempo, Moscú advierte que podrían aumentar los precios de la energía que tanto necesita Europa. Mientras los primeros cuerpos de las víctimas del avión derribado llegaban a sus países de origen, el Ejército ucraniano y la Guardia Nacional ocupaban las zonas de las autodefensas como Debaltsevo, Forlovka y la estratégica colina de Saur-Moguila, próximas a la zona del desastre. Es notorio que en el recuento de daños, la condena internacional olvide citar que algunos habitantes de la región también resultaron heridos.

 

Al tiempo que crece la campaña de desinformación, el especialista Noel Manzanares Blanco recuerda que entre las lecciones al mundo por el derribo del avión destaca lo ocurrido en 2001, cuando se estrelló el avión ruso Tu-154 en el Mar Negro; Ucrania negó la implicación de sus Fuerzas Armadas hasta que una evidencia irrefutable confirmó su responsabilidad. Para desactivar las acusaciones de Occidente, el viceministro de Defensa ruso Anatoli Antón formuló 10 preguntas al Gobierno de Ucrania, entre ellas: en qué se basan las autoridades para atribuir el hecho a las autodefensas ucranianas; que explique cómo usa los lanzadores de los misiles Buk (tierra-aire) en la zona de conflicto y por qué los desplegó ahí si las autodefensas no tienen aeronaves.

 

Las interrogantes siguen: ¿Por qué las autoridades ucranianas no formaron su propia comisión investigadora y cuándo lo harán? ¿Permitirán que los investigadores internacionales hagan un inventario de sus misiles aire-aire y tierra-aire, incluidos los ya lanzados? ¿Se les dará acceso a datos fiables de movimientos de los aviones de guerra ucranianos el día de la tragedia? Antón pregunta también: ¿Por qué los controladores ucranianos permitieron que la nave se desviara de la ruta regular hacia el norte, hacia la llamada “zona de operación antiterrorista”? y ¿por qué el espacio aéreo sobre la zona de combates no se cerró para los vuelos civiles, considerando que los sistemas de radar no cubrían esa zona?

 

Además, ¿cómo explica Kiev la versión de un controlador aéreo español que trabajaba en Ucrania, quien habló con la prensa, sobre la presencia de dos aviones militares ucranianos volando junto con el avión? Posiblemente las respuestas surjan cuando la Comisión Internacional de la Organización de las Naciones Unidas, liderada por Holanda, obtenga la información que pide Rusia. A la tensión entre EE. UU. y Rusia por la crisis de Ucrania y la caída del vuelo MH-17 de Malaysia Airlines, ahora se suma el informe anual de EE. UU. sobre control de armas que acusa a Moscú de violar el Tratado de Eliminación de Misiles de Rango Intermedio (INF, en inglés). Ese pacto se consideró, en su momento, como el principio del fin de la Guerra Fría, pues prohibía la posesión, producción y pruebas de misiles con alcance de entre 500 y cinco mil 500 kilómetros. Nada asegura que el Pentágono haya prescindido de ese arsenal.

 

Aunque el presidente estadounidense Barack Obama sostiene que la situación entre Ucrania, la UE y Rusia no se perfila como una nueva Guerra Fría, la edición de la primera semana de agosto de la revista Time afirma que el conflicto es la segunda etapa de esa confrontación. El autor del reportaje Simon Shuster no duda en afirmar que Occidente está perdiendo en el peligroso juego de Putin, aunque en ningún momento aporta elementos que confirmen que el mandatario ruso está interesado en profundizar la escalada. En espera del resultado de la investigación sobre el derribo del avión de Malaysia Airlines, el nuevo escenario obliga a pensar en el futuro a mediano y largo plazo de las relaciones entre Rusia y Occidente. También obliga a pensar en los efectos para nuestro país de esa pugna en el oriente europeo, donde busca nuevos socios. La diplomacia del actual Gobierno mexicano enfrenta el desafío de definir si sigue alineado con Washington o si actuará como actor independiente y responsable ante la nueva fase que se abre en la confrontación este-oeste.

 

 

* Artículo publicado originalmente en la revista Buzos de análisis político http://www.buzos.com.mx/

** Nydia Egremy es internacionalista y durante más de 20 años se ha desempeñado como periodista especializada en asuntos globales.

 

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