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DULCE NARANJA

 

Adria Haro Pérez*

 

Número 1, Año 1, enero-junio de 2014 

 

Todo está oscuro, un poco borroso, y si pones mucha atención se escucha música a lo lejos pero el sonido desaparece…

Como con un balde de agua fría salgo de los brazos de Morfeo dando una gran bienvenida a la realidad donde todo se sincroniza con “La carencia”, de Panteón Rococó, y es un perfecto retrato de lo que vivimos día a día: es mi pequeña hermana Skuriu la que me pone de nervios poniendo música de fondo a mis sueños, pateando al aire al rito del ska mientras tiende su cama… y es la misma escena desde hace tres años. Ni siquiera dan ganas de saludarla: uno siente que rompería con su rompecabezas que encaja en cada centímetro.

Esto es el componente sorprendente y a veces un poco espeluznante de mi vida; cada objeto, cada persona, cada circunstancia se siente como si ahí debiera de estar, como si fuéramos un juego que un niño decide con total libertad y muchas otras con libertinaje sobre la ubicación de mi vida.

Y si mi mañana empieza agitada así será todo el día.

Hoy es mi examen de admisión para la universidad. Convencí a mis padres de que me dejen vivir en San Luis con mi hermana mayor, Danas chῐn, claro, si paso el examen de admisión para la carrera de psicología; todo el verano estudiando me hace sentir segura de que aprobare.

Intento no ponerme nerviosa camino a la facultad y van muchas más personas de las que imaginaba. En el camino empecé a platicar con una muchacha que también aplicará a psicología. Extrañas coincidencias.

Esta semana mi hermana y yo nos quedaremos en la capital, aunque realmente ni he podido salir de esta casa. Danas chῐn esta enfadadísima en su trabajo y yo me la he pasado como ratón de biblioteca. Skuriu no se despega de la televisión.

Mi mamá no está contenta con la idea de que yo venga a vivir acá; ella preferiría que fuese maestra luego de estudiar en la Normal de Rayón, e insiste en que debería empezar a planear una familia. Desde que mi hermana mayor se mudó, siente que los pajaritos están dejando el nido y sobre todo teme que Skuriu, su “pajarito de primavera”, siga los mismos pasos que nosotras dos. Aunque por el contrario mi papá, está emocionado y dice que está bien que nos vayamos hacia cosas nuevas, siempre y cuando no olvidemos de dónde venimos; siempre nos recuerda que “el que sabe tiene la responsabilidad de enseñar”, y yo siento que nos quiere decir que hay que regresar a nuestra comunidad y trabajar en ella, hay mucho potencial que solo requiere de organización.

Mis papas llegaron a tener discusiones sobre nuestra educación, pero en nuestro grupo Xi’oi los hombres toman las decisiones; aunque toman en cuenta la opinión de nosotras, las mujeres, realmente terminan decidiendo ellos así es que por más que mi madre renegara no sirvió de mucho. Mi papa dice que la organización patriarcal es puro machismo, pero cuando le conviene se hace de la vista gorda. Además, al ser el miembro con más años se convierte en el jefe de familia y nosotras debemos de obedecerlo y apoyarlo aunque no estemos de acuerdo, cosa que no sucede muchas veces.

Antes vivíamos en uno de las siete comunidades de Rayón hasta que nos mudamos al municipio para que Danas chῐn estudiara su secundaria. Mi papá pensó que lo mejor para la familia, después de la enfermedad de mi mamá, era un cambio. Nuestro gobernador tradicional siempre dice que para preservarnos es indispensable integrar elementos ajenos a los nuestros y que quizás algunas veces sería necesario reestructurar nuestra cultura, siempre y cuando la defendamos y conservemos nuestra identidad.

A mi mamá nunca le pareció la idea de salir, ella se había pasado toda su vida en el ejido y sentía angustia de que la mayoría de gente de nuestro ejido, principalmente los hombres, han tenido que cruzar el río para el otro lado; muchos no llegaron y los que regresaron ella dice  que tienen ideas muy locas.

Ella era feliz en nuestra choza aunque fuera un rectangulito de dos cuartos y tuviéramos techo de lamina: les había costado mucho construirla. Después de haber vivido con mi abuelo paterno durante todo un año, lo cual es tradición aquí al casarse, se mudaron a un nuevo jacal que habían construido mi abuelo, mis tíos y mi papá.

Recuerdo que hasta teníamos un corral con tres vacas; a mi me encantaba la leche de vaca pero no me permitían tomarla pues con ella se hacían quesos. Por eso me gusta vivir en Rayón, porque ahora puedo tomar café con leche y todo tipo de pasteles. También teníamos una pequeña milpa que trabajaban mi papá y mis tíos sembrando maíz, frijol y calabaza de temporada, la mayoría para nuestro consumo; era muy poco producto el que llegábamos a vender en los mercados. Mi mamá y mis tías se dedicaban más a la recolección de palmas y con ellas hacían artesanías como petates, chiquihuites, pero también hacían canastos de carrizo. Cuando le cuento esto a la gente de ciudad siempre me pregunta: “¿qué son los chiquihuites?” Ahora los hacen de plástico y otros materiales raros, qué extraño.

Ahora vivimos en una pequeña casa en Rayón y aunque de vez en cuando me quiero regresar a mi choza cuando extraño el olor a tierra por las mañanas, allá no hay universidades y nuestros vecinos dicen que en las ciudades hay mejor niveles de educación. No sé donde esté mejor la enseñanza: aquí hay mejores instalaciones pero los capitalinos se quejan de que a sus escuelas les falta mucho; como se ve que nunca han ido a una de las comunidades donde a veces no hay ni caminos y uno tiene que ir entre la tierra para llegar. Claro que, además, estudiar aquí te da prestigio en mi ejido. Yo creo que allá también hay muy buenos profesores pero como todos nunca valoramos lo que tenemos.

A mi no me hubiera molestado estudiar en Rayón, pero mi hermana mayor ha sido una muestra de que sudar por lo que uno quiere tiene su recompensa.

Desde muy pequeña ella quiso ser médico. Cuando estábamos más chiquitas mi madre enfermó. Amanecía con fiebre y no se podía levantar de la cama; ya no quería comer y a veces vomitaba. Mi papá se ponía muy nervioso. Mis tías decían que tenía “chupetones de bruja o vampiro” porque amanecía con moretones por todo el cuerpo. Era muy común ver que este tipo de enfermedades sobrenaturales les pasara sobre todo a las mujeres y los niños; se cree que los brujas y brujos entran a las casas por las noches a chupar sangre. Mi papá nunca ha creído en eso, pero al verse en tal situación lo primero que hizo fue conseguir un curandero. Le teníamos que dar té de marrubio que le quitaba el malestar del estómago y enseguida recobraba el apetito. Entonces el curandero le untaba infusión de orégano para quitarle los moretones, además de otros remedios que no llegué a ver.

Aquí en la ciudad a los curanderos les dicen “médicos tradicionales”. Para nosotros son guías espirituales pues en sus manos tienen la sanción de nuestro grupo. Antes de la llegada de los españoles, ellos tenían el poder político e incluso la clase sacerdotal se heredaba; no sólo cuidaban de nosotros, también velaban por el medio ambiente y encontraban un equilibro con este; además de que tenían conexión directa con el Dios del Trueno. Aunque veneramos a Dios, éste tiene una gran importancia pues posee atribuciones con la lluvia y al mismo tiempo con la vegetación. Los que le siguen serían el Dios del Sol, una equivalencia a Dios; después la Diosa de la Luna que tiene los conceptos de “madre y virgen” y por último el Dios Venado.

Por lo tanto, ser curandero o medico tradicional tiene un gran peso entre nosotros, pero sobre todo en mi hermana, a ella le afecto mucho el ver a nuestra madre en cama. Danas chῐn no es del tipo supersticiosa, nunca creyó en esas historias de brujas, pero siempre le ha gustado ayudar a las personas. Al ver a mamá así, se hizo la promesa de que no quería volver a verla padecer de tal modo y haría todo lo que estuviera en sus manos para que no volviéramos a vivir esa situación. Desde secundaria al decidir su carrera se dedicaba especialmente a estudiar biología, y auxiliaba  a una doctora en su consultorio; durante seis años trabajo con ella y hacia todo lo posible por saber más del tema. Aunque lo niegue, siempre le encantó la idea de ser la “guía espiritual” de la comunidad.

Pero cuando terminó la preparatoria y por cuestiones económicas, se dificultaba el pago de su carrera. Mi hermana se sintió desolada: era su sueño y había hecho su parte del trato, tener buenas calificaciones, estudiar y trabajar; pero no había posibilidad de que pudiera hacer su licenciatura como ella tanto quería. Mi papa al platicar con ella le dijo que existía la posibilidad de que estudiara enfermería, que todo su esfuerzo no sería en balde pues sus años de estudio referente a medicina le seguirían sirviendo. Sin embargo armó un gran pancho diciendo: “¡Yo no voy a ser la sirvienta de un doctor!”

Creo que exageró un poco, aunque entendí su molestia ya que no me imagino la impotencia que debió sentir.

Sé que después lo pensó mejor y se arrepintió de haber dicho tal cosa, pero aunque siguió muy triste, al hablar con mis padres y disculparse las cosas mejoraron. Le dijeron que podía examinar la idea de estudiar leyes aquí en San Luis, en la Autónoma, y aunque no le entusiasmo nada la idea, pensó que si sus papas y la vida le estaban dando esta oportunidad, tal vez era el camino.

Por todo el drama perdió un año de estudio, que lo dedicó a trabajar para poder rentar una casa en la capital, una que no le quedara tan lejos de la facultad; pero también para ayudar en los gastos de la casa. Muchas veces en la preparatoria y la universidad lo que hacía era cobrar por tareas de sus compañeros, y aunque mis padres no lo saben, estoy segura que en esas tareas sacaba mejores notas.

Recuerdo lo nerviosa que estaba y ahora a mí también me toca vivir lo mismo. También comencé a trabajar hace dos años para poder ayudarles a mis papás y que mi manutención no recaiga sólo en mi hermana. La verdad me hace muy feliz poder seguir los pasos de Danas chῐn, ella como hermana mayor se le considera como la “jefe de los menores”  y ha sabido cómo llevar ese cargo. Estoy bastante orgullosa de nuestra “naranja dulce” y espero que, en algún momento, mis padres estén llenos de gozo por mí como lo están ahora con ella y, claro, ser un buen ejemplo para Skuriu.

A mi hermana no le ha sido fácil después de titularse. Y aunque le costó encontrar un trabajo, estuvo de voluntaria en el Instituto Estatal de las Mujeres donde consiguió un cargo, y poco a poco ha ido escalando hasta ser ahora Procuradora en la Procuraduría General de Asuntos Indígenas en el estado.

Es por eso que estoy aquí: soy una joven más que intenta encontrar su camino, que lucha por hacer lo que le gusta, hacer las cosas más simples, sólo vivir la vida.

 

* Adria Haro es estudiante de la Licenciatura en Relaciones Internacionales de El Colegio de San Luis

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