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La industria de la moda: un reflejo del estrato social

Adriana Zárate Escobar*

Número 3, año1, enero-abril de 2015

 

Introducción

La sociedad en la que nos encontramos inmersos en la actualidad se rige por normas que se han ido estipulando a lo largo del desarrollo de la humanidad. Una de las principales, influenciada por la llamada modernidad, que abarca determinadas condiciones sociales con componentes políticos, culturales y económicos (Hargreaves, 1994), se enfoca en un área de percepción y reconocimiento: la moda. Porque, en realidad, ¿queda algo que, al menos parcialmente, no sea regido por la moda? (Lipovetsky, 1990 ).

 

La moda puede concebirse desde muchos ángulos: puede ser pensada como una industria vacía que pretende crear dinámicas consumistas, un medio de expresión homologado o individual, artístico o una condición posmoderna. Si bien es acertado decir que ésta fue creada para el cuerpo, podemos afirmar también que fue creada para una sociedad determinada. “Nuestras prendas forman demasiada parte de nosotros para que la mayoría nos sintamos totalmente diferentes por su estado: es como si la tela fuera una extensión del cuerpo o incluso su espíritu” (Bell, 1976; citado en Entwistle, 2002, pág. 22).

 

Moda es una palabra que se sigue y se seguirá definiendo. Para Pholhemmus y Practor es un sistema especial del vestir, el cual se ha considerado como un sistema distintivo de la provisión de prendas (Entwistle, 2002, pág. 62). Braham la observaba, no sólo como una expresión de cultura, sino también de industria; no trata sólo del consumo, sino también de la producción (Entwistle, 2002, pág. 266). Lipovetsky en cambio dirá que no es nada más que una manifestación de la existencia de rivalidades de clases, llamándola así un fenómeno de estratificación social (1990, pág. 10). La moda, indudablemente, fluctúa influenciada por la modernidad misma.

 

El vestido de moda es aquel que encarna la última tendencia estética; es el estándar definido como deseable, bello y popular (Entwistle, 2002). En este mundo social la identidad de una persona se percibe por medio de lo que lleva puesto; la desnudez es considerada como  inapropiada, siendo esto parte de una norma social, y la ropa debe ser “adecuada” para cada ocasión. Pero vestirse implica prepararse para un mundo social determinado y verse identificado y reconocido dentro de él. La industria ha mostrado ciertos comportamientos que marcan el desarrollo de la sociedad. “La moda se dirige a todos para volvernos a poner a cada uno en su lugar” (Lipovetsky, 1990 , pág. 195).

Es un instrumento utilizado para esclarecer, crear o mantener la estratificación social y la diferenciación entre cada sector. Para lograr entender cómo es que ésta interviene y transgrede éstos estándares, se recurrirá al análisis de la teoría neoliberal observado en la industria de la moda para compararlo con la realidad. Más adelante se criticará esta teoría con postulados marxistas para así analizar cuáles han sido las deficiencias y fallas del neoliberalismo.

 

Contrastes: neoliberalismo, marxismo y realidad.

 

Alienación del cuerpo

 

El principal postulado del neoliberalismo es idealizar al individuo como parte de una sociedad determinada, cuyo poder para decidir su propio destino existe sin necesidad de observar los contextos sociales en los que se desenvuelve (Tello, 2012, pág. 37). Esto quiere decir que, sin importar en dónde hayas nacido o dónde te hayas formado, el sistema te “permitirá” luchar para escalar y apelar por una mejor calidad de vida, siendo el trabajo y el esfuerzo los medios para lograrlo. De esto depende qué tan dispuesto esté el individuo a luchar. 

 

Si tradujéramos este principio neoliberal de libertad de decisión sobre el destino del individuo a la realidad, la industria de la moda no sería una regla, sino más bien, sería una opción. Pero la palabra “opción” no existe desde el momento en el que se nace en una sociedad capitalista. Lo cierto es que “la moda plena es realmente hija del capitalismo” (Lipovetsky, 1990 ). Así pues, va implícita en este sistema económico, al igual que también lo están las leyes establecidas dentro de una sociedad.

 

El poder que ejerce la clase social alta en la toma de decisión de la estética puede compararse con el término de alienación que Marx utiliza para explicar la explotación que el dueño de los medios de producción ejerce sobre el trabajador para obtener la plusvalía, sólo que en lugar de generar recursos económicos se crean perfiles y deseos que permitirán y fomentarán la lucha de los individuos por lograr cumplir con un debido estándar o ser parte de un sector social.

 

Marx menciona tres razones principales por las cuales el obrero se encuentra alienado. Primero, los obreros no son dueños de los medios de producción; segundo, los trabajadores no son propietarios del producto de su actividad; tercero, los trabajadores no controlan la organización del proceso productivo (Roncaglia, 2006, pág. 336), no conocen ni deciden el paradero de la mercancía.

 

Habiendo mencionado lo anterior podemos resaltar que daría la impresión de que existe una alienación del cuerpo dentro de la industria de la moda, sólo que en este caso se deben traducir los bienes resultantes de los medios de producción a las tendencias que surgen y que crean patrones de consumo. Los dueños del capital son los encargados de decidir lo que predominará en esta área para marcar una pauta y un cierto estatus que sea observado desde abajo, sólo que en lugar de “tratar de distribuir los recursos” lo que hace es traspasar una predilección hacia cierta indumentaria o adorno corporal.

 

La alienación del cuerpo también ha comenzado a darse a partir de este deseo de cumplir las normas sociales. Para ejemplificar esto Entwistle habla de una falsa liberación del cuerpo que se observa en el siglo XX a diferencia del siglo XIX. El corsé es la vestimenta que modifica la tendencia. Si bien su uso implicaba una disciplina en el cuerpo de las mujeres, actualemnte el vestir se enucentra totalmente relajado a comparación; sin embargo la alienación persiste. La prisión material cambia drásticamente a una prisión física-muscular en la que la presión de obtener un “cuerpo perfecto” crea nuevas exigencias para cumplir las normas de la belleza; “mientras que el estómago de la encorsetada mujer del siglo XIX sufría la disciplina desde fuera, la mujer del siglo XX, con la dieta y ejercicio, ha disciplinado a su estómago mediante autodisciplina” (2002, pág. 36). La alienación se da desde el momento en que el individuo decide someterse a normas estrictas con el fin de alcanzar el estándar que le permitirá seguir consumiendo los mismos artículos que se le tiene permitido.

 

La libertad de elegir

 

El modelo neoliberal apela por la existencia de una libre competencia en el mercado y rechaza severamente la intromisión del Estado, la cual no debe ser otra más que la de instaurar condiciones y precios que regulen a éste mismo (Tello, 2012, pág. 38). Esa libre competencia da posibilidad a la industria de ofrecer cualquier cantidad de productos, dejando al individuo en su libertad de discernir entre ellos. El obstáculo aquí –y la falla del planteamiento– es que no todos cuentan con el mismo poder adquisitivo. El individuo será libre de comprar lo que desee, tan libre como pueda permitírselo el capital que posea.

 

Pero el problema no queda únicamente en la capacidad de adquirir, sino en las dimensiones alarmantes en las que se produce. Sucede en todas las industrias, pero específicamente la industria de la moda se ha visto regida por una forma de creación y desarrollo de productos que permiten la entrada a este mundo de opciones que el mercado ofrece. Llamamos a esta base fundamental del capitalismo obsolescencia programada, entendida como aquella necesidad que las compañías/empresas y el sistema instauran en el individuo para que esté dispuesto a adquirir productos que pueden parecer novedosos y no ser tan necesarios, los cuales se encargarán de preceder a aquellos ya existentes. Esto es considerado “el motor secreto de la sociedad de consumo” (Dannoritzer, 2011), motor por el cual nos movemos y que nos incita a obtener productos cada vez más recientes, atractivos y mejorados.

 

“Un artículo que no se desgasta es una tragedia para los negocios” (Dannoritzer, 2011), es la idea que se vende entre las corporaciones para crear una producción en masas y que la sociedad la consuma sin limitaciones, sin siquiera pensar en las repercusiones ambientales y sociales que esto traerá a la larga. Dentro de esta obsolescencia programada encontramos una lógica económica, la cual “ha terminado a conciencia todo ideal de permanencia que podía existir; ahora la norma de lo efímero es la que rige la producción y el consumo de los objetos” (Lipovetsky, 1990 , pág. 180), a lo cual  también podríamos agregar el consumo de las personas, porque ahora se percibe todo como desechable y reemplazable.

 

Es importante pensar cómo este término está relacionado con el llamado fetichismo de la mercancía, término que Marx define como una tarea específica cuyos resultados se utilizan para cubrir las necesidades y deseos de otros. De esta forma “el trabajador necesita el producto del trabajo de otros para su subsistencia y para obtener medios de producción” (Roncaglia, 2006, pág. 337).

 

Cuando hablamos del deseo del individuo por adquirir artículos que la industria de la moda ofrece hablamos del fetichismo de la mercancía que éstos poseen. Si bien el obrero no demanda los bienes que produce –porque éste puede trabajar en un sector cualquiera, no necesariamente en el que se ofrezca el producto que cubra sus necesidades– aun así estará dispuesto a cumplir jornadas laborales excesivas en condiciones deplorables, bajo la explotación de hombre por el hombre que permite la obtención de la plusvalía por parte del dueño del capital; todo esto con tal de obtener la ganancia que les permitirá anhelar y conseguir objetos que logren satisfacer sus deseos de consumo. De esta forma el obrero/ productor/consumidor vuelve a ser alienado. 

 

Es importante recalcar que los dueños del capital y la clase ociosa será la que realmente se encargue de disfrutar, por medio de las ganancias obtenidas, mientras que el otro sector trabajará prácticamente para vivir. Aunque gracias a la era del crédito en la que nos desarrollamos cualquiera puede adquirir un sinfín de productos, bienes y servicios, dando a cambio su libertad, puesto que se verá mayormente obligado a renunciar a sus horas de ocio para poder cubrir horas de trabajo que le permitan intentar cubrir deudas que podrían ser de por vida; este será su coste de oportunidad.

 

Encontramos diferencias entre los bienes y servicios que muestran a qué estrato social se encuentran dirigidos y que, no importa el tiempo que el obrero invierta para ganar el salario suficiente para obtenerlo, simplemente encontrará prioridades y, al pensar en ellas, la idea de los lujos partirá para seguir pensando en el día a día, cuestión preocupante para el trabajador. Pero, ¿es que en realidad necesitamos esos lujos, o sólo continuamos reproduciendo las necesidades creadas por el mismo sistema?  Es por esto que “los artículos de lujo revelan, entre otras cosas, la persistencia del código de la diferencia social por medio de ciertos productos” (Lipovetsky, 1990 , pág. 197).

 

Asignando recursos

 

En el neoliberalismo se espera que los recursos sean eficientemente asignados para que así pueda hacerse un uso óptimo de ellos en la economía. Si bien se sabe que los recursos son escasos, aun así el mismo sistema económico debería de encargarse de esta distribución. La distribución de los ingresos entre los estratos sociales es sólo una cuestión de determinación de precios en los productos que se ofrecen en el libre mercado y, en este caso, son los factores de producción (Tello, 2012).

 

En la realidad los recursos se asignan dependiendo a las horas laborales que empelaste en determinada tarea, aunque esto no quiere decir que el salario sea el justo por la actividad realizada. La cuestión de la plusvalía se encuentra muy presente en el desempeño del trabajador. Trabajará un cierto tiempo para cubrir las primeras horas y así pagar lo que produce, recuperando la inversión del capitalista; pero necesita seguir trabajando las horas restantes aunque su “deuda” inicial se haya pagado y su trabajo también. Necesita retribuir mayormente al dueño del capital, quien en sus mejores casos haría sólo eso, pero en muchos es evidente que un sueldo miserable no es suficiente para evitar pensar en la dignidad humana, sino que también se imponen condiciones de trabajo  que son realmente deplorables.

 

Lo que haría que esta situación retribuyera a ambas partes de forma justa sería que se pensará en que la mercancía vendida por el trabajador es una fuerza de trabajo; el capitalista paga por ella su valor  y  paga lo suficiente para cubrir sus costes de producción. Importa tanto la materia prima, como el trabajo humano y los gastos que éste pueda emplear (Roncaglia, 2006). De esta forma todos ganarían lo equivalente a su trabajo.

 

Marx enuncia que las clases sociales son relaciones y no algo a lo que se les añaden relaciones. Las relaciones de clase son, en un principio, movimiento dentro de un modo de producción (Pérez, 2008).  Estas relaciones deberían de regirse por la necesidad de llenar los espacios de capital, revocar desigualdades y permitir a todos realmente tener el derecho y la libertad de elegir en qué campo desea fluctuar. Pero este deseo de algún día poder superar las barreras y salir del sistema pueden ser demasiado peligrosos y perjudiciales tanto física como mentalmente para aquel que tiene esa esperanza.

 

La industria de la moda es de las industrias más agresivas en cuestión de trato a sus trabajadores y al medio ambiente. Como puede observarse en el documental “El precio de un vaquero blue jeans”, el trato que se tiene hacia el obrero –en este caso el país representado es China, pero como este hay muchos más– y las condiciones en las que están dispuesto a trabajar para cubrir sus necesidades básicas –y aunque sabemos que este tipo de trabajos no llega a costear el lujo, con la era del crédito antes mencionada observamos que es posible, sólo que con endeudamientos de por vida que ocasionan que la gente necesite continuar en estos terribles empleos- y alcanzar un cierto estándar en la sociedad son realmente mortíferas.

 

La falta de descanso y de servicios que debería de proporcionar la misma empresa; la exposición a elementos químicos y contaminantes que no deberían de ser inhalados y mucho menos deberían de tener contacto con la piel; la falta de un sector de salud; la forma en la que se exponen a la maquinaría; la no responsabilidad de la empresa hacia los trabajadores, hacen que el precio de los jeans sea totalmente bajo, puesto que los costes anteriores no son considerados; no importan porque no existen. Así el consumidor percibe los precios como atractivos, baratos, accesibles, y compra si pensar en realidad qué existe detrás del producto que está comprando, sin imaginar la enajenación que sufrió el trabajador, pero también sin imaginar la que él mismo está sufriendo al comprar un producto sólo por comprar. Por supuesto, el obrero no podrá disfrutar de los productos que produce, se encontrará en una condición de alienación nuevamente –si es que en algún momento puede salir de ella– y eso es instaurado en el sistema económico por las clases sociales.

 

Conclusiones

 

La industria de la moda es un arma de doble filo; puede satisfacer las necesidades estéticas de las personas, brindar un sentimiento de comodidad y confianza, puede ser un incentivo para alcanzar “mejores” condiciones, puede ser un estándar, un parámetro, una tendencia. Pero también puede ser una forma de enajenación, un vicio que la sociedad fomenta para ser o no ser de una forma determinada –porque si no encajas entonces no existes o no importas–, un medio inalcanzable para muchos, alcanzable para otros, moldeado por pocos, percibido por muchos más. Una forma de contaminación del ambiente y del sentido humano; porque vale más la pena tener un objeto a mitad de precio que velar por la dignidad humana de quien lo elabora.

 

“Instrumento para la distinción de clase, la moda reproduce la segregación social y cultural” (Lipovetsky, 1990 , pág. 195). Esto no quiere decir que las diferencias nos parezcan descartables, porque hay sentidos individuales que deben rescatarse para lograr crear una colectividad, pero lo que si queremos puntualizar es que de ninguna forma debe ponerse por encima el deseo individual de consumir a toda costa  sobre la calidad de vida de personas que trabajan, se endeudan y mueren endeudados, solamente para poder participar en este círculo de consumo que a la larga llegará a su autodestrucción.

 

Bibliografía

Dannoritzer, C. (Dirección). (2011). Comprar, tirar, comprar. [Película].

El precio de un vaquero blue jeans (2012). [Película].

Entwistle, J. (2002). El cuerpo y la moda. España: Paidós .

Hargreaves, A. (1994). Profesorado, cultura y postmodernidad: Cambian los tiempos, cambia el profesorado. Madrid: Morata.

Lipovetsky, G. (1990 ). El imperio de lo efímero . España: Anagrama.

Pérez, O. V. (2008). Las ideas de Marx sobre las clases sociales desde la actualidad

Roncaglia, A. (2006). La riqueza de las ideas. España: Cometa.

Tello, C. (2012). La revolución de los ricos. México: UNAM.

 

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