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Pero... ¿Que pasa con los países expulsores?

 

Martín Macías Medellín *

Número 1, Año 1, enero-junio de 2014

 

Uno de los temas recurrentes en el debate político tanto dentro como fuera de los países, sobre todo en la región de América del Norte, es el de la migración. Todo el tiempo se analizan sus efectos y la manera de gestionar éste fenómeno que al pasar el tiempo va incluyendo a mayor número de personas. Se discute si Estados Unidos dejará entrar más o menos migrantes, si las remesas aumentan o disminuyen e incluso cuanto tiempo tiene que pasar para que los migrantes se integren de manera “formal” a la nación norteamericana.

 

No podemos negar que la migración ha estado siempre presente en la historia de la humanidad ni tampoco que es un problema que se debe atender de manera estratégica. Desde el siglo XIX, por ejemplo, la migración en México comenzó a tener un repunte importante hasta llegar al siglo XX dónde se empieza a hablar de los braceros que migraban a los Estados Unidos para trabajar a fin de poseer un empleo estable. Situación que no se aleja de la realidad actual; sin embargo es importante mirar las cifras, toda vez que puedan quedar registradas. Centroamérica va teniendo mayor protagonismo en el fenómeno migratorio con grandes y heterogéneos grupos de personas que se comienzan a mover hacia el norte.

 

Tal pareciera que el imaginario que se construyó desde fines de la Segunda Guerra Mundial que apuntaba hacia un “mejor nivel de vida” de acuerdo con lógicas de los países “desarrollados” con Estados Unidos a la cabeza, tiene éxito al provocar que millones de centroamericanos y mexicanos abandonen su lugar de residencia para buscar un sueño que, de origen, los excluye. El sistema requiere que posean dinero para cubrir sus demandas básicas y sostener a sus familias, tal vez la solución no debería de ser precisamente migrar hacia lo desconocido. En alguna ocasión en donde pude convivir con migrantes centroamericanos, me di cuenta que las edades en las que salen a buscar esta alternativa de vida se mantiene entre los 19 y 24 años, no quiere decir que sea un patrón general; no obstante se podía observar una tendencia hacia estas edades. En las narrativas que presentaban, sostienen una lógica que propone que, al tener un cierto grado de escolaridad además de una familia que mantener y unas condiciones precarias de vida, la solución intrínseca es trasladarse cueste lo que cueste al camino incierto de la migración hacia Estados Unidos.

 

El que se transite por México nunca asegura llegar “al otro lado”, es más, puede disminuir la esperanza. Un proceso como éste lanza a una cantidad inmensa de personas de ambos sexos a una zona de transición en la cual muchos permanecen incrementando el número de todos aquellos a los que el sistema deja de mirar ya que carecen de papeles o caen al vacío de la informalidad. Se podría decir mucho más acerca de las violaciones a las mujeres, la cosificación rapaz a la que se ven sometidos, las discriminaciones, golpes, muertes, mutilaciones, accidentes, todo por llegar a la tierra prometida del desarrollo y el progreso.

 

No significa que las condiciones en las que vivan sean muy motivadoras pero - precisamente es a lo que quiero llegar – entonces, ¿Cuáles son los costos de dejar una tierra, una familia? ¿Conviene lanzarse al vacío por la búsqueda de dólares para vivir? Por lo tanto, ¿Qué pasa en los países expulsores? ¿Qué lógicas están construyendo o dejando construir? ¿Cuáles son sus prioridades? ¿Qué les preocupa? Porque al parecer lo último son los humanos que carecen de alimento y sostén económico dentro de sus fronteras ¿Qué acaso los países de tránsito no se dan cuenta de la enorme problemática que crece y crece? ¿Qué los países receptores no están pensando que tal vez, su economía está siendo sostenida por miles de millones que tuvieron que dejar todo para cooperar con su voraz sistema? Y muchas más podríamos hacer.

 

Es justamente a lo que pretendo aproximarme con esta reflexión: la situación y las lógicas de los países expulsores. Muchas veces miramos a los migrantes como un grupo al que debemos urgentemente ayudar, y sí, hay que atenderlos, por supuesto, necesitan nuestra mano. Pero ¿No será que incluso estamos provocando que la migración incremente y que los gobiernos correspondientes sigan haciendo oídos sordos a la situación? Siempre que podamos ayudar a un migrante hagámoslo, siempre y cuando la lógica sea extender la mano a una persona sin hogar y con miles de incertidumbres. Pero es necesario que revisemos que está sucediendo en el fondo y que repensemos la forma de nuestra cooperación. Habría que alzar la mano por los migrantes y con ellos, pero tal vez para que su lógica deje de ser abandonar sus hogares y apelar por un sistema que de por sí los excluye. Las soluciones son muy complejas, pero si seguimos presuponiendo que caminando a los Estados Unidos van a mejorar sus vidas y las de sus familias y sucesores, creo que estamos transitando por caminos sin mucha salida.

 

 

* Martín Macías es estudiante de la Licenciatura en Relaciones Internacionales de El Colegio de San Luis.

 

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