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El caso Ayotzinapa. La gota que derramó el vaso de la crisis política en México

Jorge Herrera*

Número 2, Año1, julio-diciembre de 2014

 

El pasado 26 de septiembre, la señora María de los Ángeles Pineda de Abarca, esposa del alcalde del municipio de Iguala, en el Estado de Guerrero, José Luis Abarca, se disponía a rendir su segundo informe de labores como presidenta del DIF, cuando agentes de la policía ministerial le informaron al alcalde que habían visto llegar a un grupo de estudiantes a una central de autobuses y que se dirigían a su evento con el fin de sabotearlo. En realidad, los estudiantes se disponían a reunirse para juntar dinero y así poder asistir a la marcha que se realiza cada año en la Ciudad de México por la Matanza de Tlatelolco, del 2 de octubre de 1968.

 

Ahora se sabe que el entonces alcalde, ordenó la contención de los estudiantes. Tal orden fue ejecutada, de manera que los elementos policiales optaron por detener los camiones en que se transportaban los estudiantes y abrir fuego en su contra. El ataque armado tuvo como consecuencia la muerte de seis de los estudiantes. El resto de ellos fue secuestrado por los ministeriales y puesto a disposición del grupo criminal conocido como el cártel Guerreros Unidos.

 

Al cabo de un mes, la información sobre el paradero de los estudiantes desaparecidos era nula. La indignación por parte de la sociedad civil no fue insignificante. El miércoles 22 de octubre hubo más de cuarenta movilizaciones a lo largo del país, así como en diversas ciudades foráneas, exigiendo justicia para los normalistas de Ayotzinapa y para sus familias, clamando que fueran regresados con vida. En el transcurso de esa semana se sumaron más de cien contingentes distintos.

 

¿Y qué fue lo que hizo que la sociedad civil estallara de ésta manera? ¿Por qué si el país ha sido azotado por la violencia durante los últimos años, es hasta ahora que deciden reaccionar, en actos que incluso la prensa extranjera califica como “inusuales”? ¿Fue este ultraje la gota que derramó el vaso?

 

Hace casi doscientos años México se constituyó como una nación independiente. ¿Qué ha cambiado luego de doscientos años? Cuando éramos pequeños y comenzamos a estudiar la historia de México quedábamos horrorizados ante la violencia y la inestabilidad política que caracterizó al país durante el siglo XIX en su totalidad. Hoy la realidad podría no ser tan distinta a aquella. Hay quienes cuestionaron seriamente la estrategia del ex mandatario Felipe Calderón por involucrar a las Fuerzas Armadas del ejército en el combate al crimen organizado, argumentando que tal encomienda rebasaba sus facultades legales. Sin embargo, la evidencia de que la policía ministerial ha estado involucrada en los actos de corrupción que conducen a la impunidad de los grupos delictivos es ahora contundente. Hoy, si bien no hay enfrentamientos armados a gran escala, aún existen autoridades que abusan del poder; y que, “lejos de ofrecer alguna ayuda, protección o seguridad a los ciudadanos, representan una auténtica amenaza. Son parte del problema, no de la solución” (Crespo, 2014).

 

El génesis del crimen organizado en Guerrero se puede ubicar en la primera mitad del siglo XX .Es a partir de entonces que los opiáceos y mariguana se vuelven insumos altamente cotizados, sobre todo en el mercado de los Estados Unidos, por lo que la producción y exportación también se ven incrementadas. Esto supone una crisis agrícola donde los cultivos tradicionales pasan a segundo plano, generando pobreza en diversos municipios, de población predominantemente rural.

 

Todo esto, aunado a la precariedad de justicia y corrupción gubernamental, ayuda a bosquejar el panorama que se mira actualmente en Guerrero.

 

Ahora bien, si el principal negocio del crimen organizado en México es el tráfico de drogas hacia los Estados Unidos, ¿por qué asesinar estudiantes que no tienen ninguna relación con el negocio? El columnista del periódico español El País, Guillermo Trejo, ofrece una respuesta a tal interrogante: “El crimen organizado ya no solo intenta monopolizar el trasiego de la droga sino que ahora ha pasado a una nueva fase en la que uno de sus grandes objetivos es la toma del poder local, apoderarse de los municipios y sus recursos y extraer la riqueza local a través de la tributación forzada” (Trejo, 2014).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El crimen organizado en México se gesta a niveles locales. Esto significa que el meollo del asunto yace en los municipios, donde los alcaldes sucumben ante la amenaza y la extorsión que sobre ellos ejercen los grupos delictivos, si no es que se encuentran coludidos con aquellos desde un inicio. “En estos municipios, donde ser autoridad pública se ha convertido en un empleo de alto riesgo, el crimen organizado ha empezado a postular a sus propios candidatos, como parece haber sido el caso del alcalde de Iguala” (Trejo, 2014). Sea cual fuese el caso, es la corrupción (forzada o voluntaria) la que acaba por apolillar los bastidores del telar fabricado por el tejido social; colapsando entonces todo proyecto de nación; y es que ésta metáfora del telar que utiliza Manuel Gil (2014) nos sirve para explicar cómo el proyecto nacional es como una prenda, la cual tendrá defectos si el bastidor está dañado o no se teje de manera correcta. Y creo que en este telar que es México, sí se teje, pero se tejen las mangas de un chaleco. Lo que hay es un problema de coherencia. Coherencia entre lo que el Estado dice y lo que hace; entre lo que legisla y lo que implementa.

 

 El involucramiento, ya comprobado, del alcalde y de la Primera Dama del municipio de Iguala no está tan lejos de parecerse a un episodio de House of Cards.

 

Las instituciones del sistema político en México presentan un desgaste nunca visto…y es que la gente ya no confía en las autoridades. ¿Por qué habríamos de hacerlo? Como diría mi madre: La confianza se tiene que ganar.  

 

¿Qué nos ha dado el gobierno para confiar en él? Y es que no se trata simplemente de volvernos anarquistas, malinchistas e inconformes. Quejarse es fácil. Cualquiera puede gritar y manifestarse en contra de una autoridad. La cuestión es no quedarse en la inconformidad, sino aportar una propuesta sólida y con fundamentos viables. México no necesita más inconformes, y no es que la inconformidad sea algo malo, por supuesto que no lo es. La pugna por una justa resolución para los normalistas de Ayotzinapa es una causa nobilísima y necesaria. Necesaria para que las autoridades en este país se den cuenta de que la violencia no es la respuesta, nunca la ha sido, ni la será jamás.

 

La comunidad internacional, que en un principio aplaudió a las reformas estructurales impulsadas por el presidente Peña Nieto, ahora queda indignada ante la violencia que se vive en el país y ante la descarada impunidad que el gobierno permite e ignora. Medios internacionales, como el periódico inglés The Economist, declaran que “el presidente ha dado prioridad a la reforma económica y le ha restado importancia a la ley y al orden como forma de modernizar México, sin admitir que ambas son igualmente importantes" (Zepeda Patterson, 2014).

 

La ciencia política nos ha enseñado que la legitimidad de un gobierno puede fundamentarse, ya sea en los procesos electorales, o en el ejercicio (Díaz, 1990, pág. 45). El gobierno de Peña asume el poder bajo un clima social y político que cuestionan seriamente su legitimidad; sin mencionar la inconformidad popular que hubo tras los comicios. La alternancia que plantea su mandato, ha supuesto -para quienes aún conservan la memoria histórica- el regreso de una clase política autoritaria, represiva e ineficiente. Sobran los calificativos.

 

“Muchos se niegan a creer lo peor hasta que ya no se pueda negar” (Estévez, 2014). En este caso parece que la línea entre lo negativo y lo real está ya desdibujada. Los manifestantes claman por justicia a sabiendas de que la conclusión será poco satisfactoria. Poco satisfactoria para los familiares de los difuntos y poco satisfactoria para el pueblo mexicano “con hambre y con sed de justicia” (Colosio, 1994). Pero las voces de los manifestantes no mueren en las calles. No mueren manifestándose en el Zócalo capitalino o frente al palacio de gobierno. La voz de los manifestantes ya fue escuchada por el mundo. Ahora que México está bajo el reflector no le será tan fácil al gobierno continuar delinquiendo en contra de su propia población, y mucho menos esperando quedar impune. El gobierno ya nos escuchó. Nos está escuchando y en algún momento tendrá que responder.

 

El caso Ayotzinapa es una piedra en el zapato de los funcionarios públicos que resultó ser mucho más grande y mucho más incómoda de lo que pensaron. Alguien tiene que pagar los platos rotos. Ya no con dinero, no con disculpas públicas ni con funcionarios encarcelados, sino con una nueva fórmula que permita ir sanando las heridas del tejido social.

 

La desaparición forzada y el asesinato de los normalistas de Ayotzinapa promete ser un parteaguas en la política y estrategias de seguridad en México; no solo en cuestión de mecanismos de blindaje a los candidatos que permita una escrutinio y selección de representantes públicos mucho más confiable, sino un “cambio institucional integral con procuradores de justicia independientes, sanciones a los corruptos, profesionalización de la policía, comisiones de la verdad; y que rompa con el pacto de impunidad” (Dresser en Redacción AN, 2014).

 

El progreso no es una carrera donde la meta es una línea pintada, sino que se asemeja más a una caminadora, donde se avanza constantemente hacia un destino final que es intangible. Todo el tiempo se avanza, sin esperar llegar a una meta para ser galardonado. México es un niño corriendo una carrera sin meta y lo hace con las agujetas desamarradas. ¿Qué tiene que hacer entonces? Amarrarse las agujetas para dejar de tropezarse con sus propios pasos, madurar: dejar de correr como un niño y empezar a avanzar con una técnica, dejar la pista sin meta y comenzar a avanzar en la caminadora.

 

Ahora supongamos que México tiene dos piernas: la izquierda es el gobierno y la derecha el pueblo. Algunos han sugerido amputar la izquierda, castigarla. No podemos caminar siendo cojos. Debemos detenernos a pensar por un instante que la solución no es amputarla ni flagelarla, sino por el contrario, sanarla cuando está herida y aprender a dar un paso después de otro, comenzando siempre por el pie derecho.

 

Referencias

 

Consulta Mitofsky. The poll reference. (8 de febrero de 2014). México: Confianza en las instituciones. Obtenido de http://consulta.mx/web/images/MexicoOpina/2014/20140211_NA_CONFIANZA%20EN%20INSTITUCIONES.pdf

Crespo, J. A. (28 de octubre de 2014). Mando único policial. Obtenido de El Universal: http://www.eluniversalmas.com.mx/editoriales/2014/10/73047.php

Díaz, E. (1990). Ética contra política. Madrid: Centro de Estudios Consititucionales.

Estévez, D. (3 de noviembre de 2014). “¿Podrán 43 estudiantes detonar una revolución?”, pregunta ‘The New Yorker’. Obtenido de Aristegui Noticias: http://aristeguinoticias.com/0311/mexico/podran-43-estudiantes-detonar-una-revolucion-pregunta-the-new-yorker/

Gil Antón, M. (25 de octubre de 2014). La marcha y el telar. Obtenido de El Universal: http://www.eluniversalmas.com.mx/editoriales/2014/10/72993.php

Redacción AN. (27 de octubre de 2014). Caso Iguala: reparto de culpas y disculpas; 1 mes y no hay resultados: Mesa MVS. Obtenido de Aristegui Noticias: http://aristeguinoticias.com/2710/mexico/caso-iguala-reparto-de-culpas-y-disculpas-1-mes-y-no-hay-resultados-mesa-mvs/

Trejo, G. (16 de octubre de 2014). La industria criminal en México. Obtenido de El País: http://elpais.com/elpais/2014/10/14/opinion/1413308987_673533.html

Zárate, P. (26 de octubre de 2014). México: El grito de Iguala. Obtenido de El País: http://internacional.elpais.com/internacional/2014/10/26/actualidad/1414299038_180468.html

Zepeda Patterson, J. (23 de octubre de 2014). México: octubre rojo. Obtenido de El País: http://elpais.com/elpais/2014/10/23/opinion/1414048989_282857.html

Zuckermann, L. (30 de octubre de 2014). ¿Qué hacer con los Abarca que siguen gobernando? Obtenido de Excelsior: http://www.excelsior.com.mx/opinion/leo-zuckermann/2014/10/30/989674

 

 

 

 

*Estudiante de la Licenciatura en Relaciones Internacionales en el Colegio de San Luis

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